A finales
del siglo XVIII, Adam Smith publicaba un libro con un título inequívoco que le
haría pasar a la posteridad: “La riqueza de las naciones”. En esta obra
quedaron expresados los principios rectores de la
Revolución Industrial en ciernes y del funcionamiento económico del capitalismo
moderno. Básicamente, Smith establece un vínculo determinante
entre riqueza, producción y trabajo, cuyo fortalecimiento conduciría a la
prosperidad y al progreso.
El grado
de división del trabajo y de especialización en la producción de mercancías
constituiría para Smith el cimiento de la creciente productividad, que se
incrementaría gracias a la destreza de los trabajadores especializados, al
ahorro de tiempos que conlleva la división del trabajo y “a la invención de un
gran número de máquinas que facilitan y abrevian la labor”. Como se puede
apreciar, el posterior desarrollo socio-técnico de la industrialización está
marcado por estas teorizaciones: la organización manufacturera del trabajo, la
fábrica, el maquinismo y la progresiva automatización, el taylorismo y el
fordismo estructuran la organización técnica del trabajo de la sociedad
industrial que llega a nuestros días. Los cambios a los que asistimos en el
último tercio del siglo XX reactualizaron los acontecimientos referidos anteriormente.
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